domingo, 29 de agosto de 2010

El niño en cuestión (Ciro Zorzoli)

Cuestión de azar, distracción o minuciosos cálculos, el Biodrama numero nueve ha decidido contar la vida de un niño de nueve años. El prestigioso ciclo de Vivi Tellas que se desarrolla en el teatro Sarmiento y que tensa la cuerda entre lo que es –o se dice llamar- realidad, y lo que es – o se dice llamar- representación, eligió esta vez al también prestigioso Ciro Zorzoli para contar la historia de “el niño en cuestión”.

Como la vida misma, cada Biodrama es un mundo aparte. En este caso, Zorzoli dice haber sido conducido por dos ejes a la hora de formular la propuesta: por un lado “que es lo que narra una vida tan corta”, y por el otro, “poder capturar algo de lo real y llevarlo al escenario”.

¿Y que es lo que narra una vida tan corta? Porque si el tiempo se vuelve humano en tanto puede articularse en un relato, es decir, en tanto puede narrarse, ¿no asistiremos –debido a la brevedad del tiempo de vida del protagonista- a un esbozo de narración, a un asedio que de ninguna manera la alcanza, a una experimentación?. Si esto es así, la puesta se hace cargo y por eso se construye a base de fragmentos, de detalles, de pequeñas situaciones, de pedacitos de un lenguaje aprendiz que por ahora solo puede decir ¡buah! o ¡ufa!. Detalles: abrir o cerrar una puerta, saborear la lluvia que cae del cielo, hacer dibujitos, asustar a los grandes, esconderse, correr.

Y esos pedacitos –de una vida pequeña que aún no capturó la narración y por eso se manifiesta en forma de balbuceo- son (¿casualmente?) la vía de acceso al otro eje que desvela al director: ese algo de “lo real” que intenta atrapar y llevar a escena. Lo real: precisamente lo incapturable, lo que no se puede narrar, lo que solo se deja ver por pedacitos, por huellas, por restos.

El niño en cuestión está construida pues desde esa premisa: fragmentos, líneas de acción que se fugan y no logran encauzarse, siluetas y repeticiones. Repeticiones no solo para “domesticar” al niño, sino para dar cuenta de eso incapturable por vías de la lógica del relato, pero que vuelve -por suerte o no, depende de donde se lo mire- una y otra vez.

Y es entonces en un espacio indefinido (y siguiendo la misma lógica podríamos decir “no narrativizado”) en donde cuatro actores (Paola Barrientos, Javier Lorenzo, María Merlino y Diego Velázquez) juegan a ser grandes y a enseñarle a serlo al niño (niño que –como si todo fuera poco - es representado por alguien diferente cada noche).

Son los grandes los que tratan de “ordenar” las cosas. Pero la tarea se vuelve estéril, porque para Zorzoli todas las edades parecen convivir a cada instante, y por eso cuando la trama se dibuja enseguida se desdibuja, y por eso cuando la concordancia toma la delantera, la discordancia le hace una zancadilla y le saca la lengua. Y nos vuelve a nosotros –espectadores- vouyers de itinerarios sinuosos, imprevisibles, hecho de todos los tiempos, de todas las edades, de todos los roles y espacios posibles. Y nos salpica lo real: y es difícil de entender.

El niño en cuestión, abre el juego desde el mismo título y lo lleva al abismo. Abismo y juego: mecanismos que la puesta utiliza para escapar de la trama lógica, para crispar la narración.

El cada vez más interesante y complejo “mundo Biodrama” encuentra aquí, un excelente trabajo actoral (parece que en el cuerpo de los actores, la precisión no tiene problemas para decir presente) y en la dirección, una interesante indagatoria que excede a la problemática de ficcionalizar una vida. Una mirada que interroga sobre el tiempo, que abre la posibilidad de reflexionar sobre lo que no se puede alcanzar. Nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario