domingo, 29 de agosto de 2010

Nada del amor me produce envidia

Infinidad de piropos tuvo la pieza escrita por Santiago Loza y dirigida por Diego Lerman. Uno más merecido que otro, claro está. Que la delicadeza del texto, que la precisión en la dirección, que la belleza de la música, que la actuación soberbia, exquisita y amorosa de María Merlino.

De todas las voces adulonas (con muchísima justicia) hubo la de Diego Manso quien planteó que, entre otras virtudes, Nada del amor me produce envidia tiene la de recuperar un tono de actuación acorde a otros tiempos.

Y es cierto: si algo encanta de esta puesta, es esa intromisión en un código que creíamos perdido, más aún, el abordaje encarnado que de ese código se hace. Mujeres delicadas, costureritas abnegadas, algunas que parecen reinas, pudor en las mejillas, sueños de clase media trabajadora, en fin, un mundo perdido que se recupera apenas se enciende la luz y Merlino arremete con Volvé, himno de la sumisión femenina.

A partir del famoso enfrentamiento entre Eva y Libertad Lamarque, Loza construyó un texto exquisito en el que la famosa confrontación sirve para dar a luz al personaje de la costurera, una simple trabajadora de barrio que solo se escapa de su monótona realidad y se enciende, cuando canta los tangos de Libertad Lamarque. Sucede que un día la conoce y le cose un vestido y sucede también que un día, Eva llega a su taller y le pide justamente esa prenda, la de Libertad, no otra.

Entonces ella, que no tiene nombre, que no tiene ventanas en su taller, que no tiene amor pero dice no envidiar por eso, entonces ella debe, por primera vez en la vida, decidir. Si se lo da a Libertad, o si se lo da a Eva.

Hay dos tipos de personas, dice la costurera en un momento, las que deciden y las que acatan y yo, pertenezco a las segundas.

Es un poco tentador escribir aquí que es a partir de la intromisión del personaje de Eva que ella puede coquetear un rato en el terreno de las que deciden, algo que hasta aquí, parecía negársele. De hecho, y sin dar más pistas para los que aún no la gozaron, hay cierta homologación al final de la puesta entre esta costurera y ellas, algo de desquite de clase trabajadora que se vuelve reina; incluso el cuerpo deviene central, algo que las acerca, las hermana y sobre todo, las inmola.

Nada del amor me produce envidia, es una conjunción perfecta de todo lo que se teje (o se cose, para estar acorde con la pieza) en una puesta en escena: la actuación, el texto, la dirección, la música, el vestuario. Y también, como bien decía Manso, un recupero actoral que Merlino hace a partir de Libertad Lamarque y de todas las cancionistas-actrices de los primeros años del siglo pasado.

Lo extraordinario es poder decidir, dice la costurera bien lejos de la compostura, animalizada y la razón. Y uno se queda pensando en la complejidad de lecturas que plantea la puesta, mientras el corazón no puede más de la emoción y el encantamiento.

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